Para conectarse con la naturaleza, no hay que salir de la ciudad pues el 75 % de Bogotá es rural y de sus 20 localidades, seis conforman ese territorio agrícola que podría visitar. Una de las travesías que promete ser un excelente plan es la Ruta de la Miel, en Usme.
Para recorrer la Ruta de la Miel se debe salir desde el centro de la ciudad, a las siete de la mañana, para aprovechar el día. Tomar la Avenida Caracas — también puede elegirse la Avenida Boyacá— hasta llegar al sector de Yomasa y, desde ahí, continuar hasta Usme pueblo por la vía Nacional del Parque de Sumapaz. Al llegar, subirse a un carrito, que cuesta $5.000 por persona, que lleva a la vereda Los Arrayanes, a unos 40 minutos de distancia desde ese punto. Tras dos horas de viaje, se puede desayunar en el parador ‘Donde Johana’, uno de los recomendados de la zona, con comida preparada en fogón de leña, una variedad de caldos típicos colombianos, huevos al gusto y arepas rellenitas de queso. A pesar de ser julio, se siente como estar en una tarde decembrina: por la música y el ambiente hogareño.
Con la energía recargada y el corazón contento, tras esa parada, el camino sigue por las veredas Chiguasa, El Olarte y El Destino. Se ven montañas, variedades de vegetación, árboles de sauco, alisos, eucaliptos y arrayanes que engalanan estas tierras. Se ven sembradíos, casas campestres con huertas alrededor y cultivos de fresas, arvejas, papas y quinua. Huele a naturaleza y a tierra mojada; las vacas, ovejas y caballos aparecen en medio del paisaje. Y se llega al primero, de dos puntos, que componen la Ruta de la Miel.
La bienvenida la da Don Gonzalo Sánchez, que saluda con una sonrisa y un poderoso relato sobre el proceso de restauración ecológica: la práctica que permite recuperar la tierra y devolverla a su estado natural.
La zona inicial del recorrido lleva año y medio recibiendo al público; su sendero ha sido marcado con plantas nativas, como arbolocos, raques, chaques, alisos y frailejones, sembrados con el apoyo de la Fundación Cumbres Blancas, como parte del proceso de propagación de frailejones en invernaderos y en reservas de la sociedad civil que se encuentran en la parte alta.
El área siguiente está circundada por plantas aromáticas y medicinales que hacen posible la generación de los procesos apícolas.
La Ruta tiene dos propósitos que se complementan. El primero es educativo y busca que asistan los colegios y las universidades para aprender de este conocimiento ancestral. Y el segundo es el económico, en el cual las y los campesinos asociados y sus familias se benefician al ofrecer directamente sus productos a los turistas.
La Ruta de la Miel cuenta con cinco líneas de acción: una fase de creación, producción y comercialización, en la que se destaca la línea de nutrición saludable que ofrece productos relacionados con miel 100 % auténtica y natural, como propóleo, jalea de propóleo, polen, mieles infusionadas con especias naturales, cera de abejas y miel cremada.
Así mismo, cuenta con la línea de repostería, en donde preparan muffins, mantecadas y chocolates rellenos, todos hechos a base de miel. La tercera es la línea de cosmetología y belleza en donde se elaboran cremas hidratantes, bálsamos labiales y otros productos a base de miel, polen, cera y propóleos.
La línea de apiturismo ofrece el recorrido guiado, visita al apiario, préstamo de equipos de protección y un souvenir. Y finalmente, la línea de innovación, en la cual producen figuras de apicultores hechas en materiales reciclables, abejas y frailejones tejidos en crochet.
En este proceso, el Distrito ha sido un aliado clave para los campesinos. A través de la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico se han abierto puertas “que nosotros no hemos podido abrir”, dice Don Gonzalo. Una de ellas es mediante los Mercados Campesinos, en donde no solo ofrecen y comercializan sus productos, pues también les permite conocer a otras personas. “Hemos podido crear colaboraciones y forjar una asociación. También, en alianza con el SENA, nos han capacitado con diferentes cursos y nos regalaron insumos como fertilizantes, abonos y plántulas de hortalizas”, según cuenta.
En ese primer punto del camino, Don Gonzalo abre las puertas de su casa y de sus saberes a los turistas y les muestra el laboratorio en el que produce aceites esenciales. Explica el proceso de los jabones, las velas y las cremas a base de plantas y, por supuesto, la miel.
Luego, la Ruta conecta con el proceso de polinización. En los viveros de este pasaje emerge la planta botillón: un elíxir donde las abejas y los colibríes hacen su trabajo, un proceso en el que el ecosistema, las familias, los niños y niñas de la vereda se benefician.
Allí, Sandra Peñaloza y Fernando Pinzón reciben a los visitantes con un chocolate caliente y arepas de trigo. Hablan sobre sus productos, al tiempo que alistan los trajes de apicultor, los guantes, las gorras y las botas de caucho, como elementos de protección. Luego, prenden un ahumador, con ramas verdes de eucalipto, sauco, romero y aserrín de pino como repelente para las abejas.
Así inicia la subida a la colina donde se encuentra el apiario y las colmenas. La respiración se revoluciona al sobrepasar los 3.800 metros de altura.
La recomendación es permanecer en silencio para mantener la calma de las abejas; también, ingresar de a dos personas y no estar de frente a la colmena. Tras seguir estos consejos, Sandra quita la tapa metálica de la parte superior de la colmena, compuesta por trampa de polen y cámara de cría, y las abejas inmediatamente entran en un estado de alerta, por lo cual es necesario acercarles el humo para dispersarlas.
Si el primer cuadro de la colmena tiene una cría similar a un granito de arroz, significa que la abeja reina está adentro. Y el tamaño de cada celda cambia, pues algunas están hechas para que salgan los zánganos: los machos que fecundan a la reina y mueren al lograr copular.
En la parte de abajo se ubica el polen, que es la proteína de la abeja, la miel y el propóleo. Todos estos productos se ofrecen para la venta.
Cada enjambre lleva un nombre dependiendo del lugar de origen. En cada cosecha se sacan entre 50 a 60 kilos de miel, tres veces por año. Y nada se desperdicia, pues hasta el veneno de las abejas —dicen los campesinos— combate enfermedades.
Así finaliza la Ruta y hay que quitarse el traje y bajar la montaña para volver. Nuevamente, Fernando agita el ahumador para espantar las abejas que aún rondan, mientras Sandra recuerda: “Cuando recién empezamos, no teníamos la asociación. Y tras seis años, ya vienen hasta personas de otras veredas por el voz a voz, de los que recomiendan la calidad de nuestra miel”.
Con el apoyo de la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico y el SENA, esta comunidad ha recibido capacitaciones para aprender a publicar y comercializar sus productos, a través de redes sociales. “Por ahí también nos movemos. Y nos sentimos muy agradecidos pues nos regalaron la centrífuga y una máquina selladora para mejorar los empaques y las etiquetas de los productos para que sean más atractivos para el público”, dice Sandra.
Así termina el trayecto, con nuevos conocimientos, relatos y recuerdos. Una experiencia maravillosa; una ruta que todos los bogotanos y las bogotanas deberían hacer.